domingo, 19 de diciembre de 2010

Catilinaria al miedo

Ayer visité a mamá. Desde la llegada me sorprendió un olor desagradable, digo me sorprendió porque a la casa se le hace aseo todos los días y si hay algo que perturba más a mamá, aparte de sus pecados, es que alguien le diga que la casa huele a feo. El olor era identificable: algo se estaba pudriendo, seguramente un ratón, en algún lugar de la casa, quizás en el altillo o  ático. Siendo el único hombre en la casa me apersoné de la situación y subí con una vela (no había electricidad allí arriba) para inspeccionar el lugar. Desorden, evidencias de un proyecto de casa que no llegó a ser  y mugre, en eso se resume lo que se puede encontrar en estos cuartos olvidados. No tuve que ver mucho. Ahí, sobre unas baldosas que nunca se instalaron estaba el cuerpo, en una especie de posición fetal que es la que escogen las ratas para morir a no ser que hayan sido aplastadas por un carro o devoradas por el tigre casero, era una cosa gorda y grande: (podía medir unos diecisiete centímetros) Mi misión, que debí aceptar, era coger el cadáver e introducirlo en una bolsa. No era la primera vez que lo hacía, sin embargo, siempre que lo hago me parece igual de traumático. 

Confesaré que siempre he sido nervioso, y que en múltiples ocasiones fue motivo de vergüenza, sobre todo en la adolescencia, cuando existe ese deseo de demostrar hombría y culturalmente no es aceptado ni que un macho llore ni que tenga miedo de algo. Ahora bien: aunque muchas veces había sentido miedo esta vez era diferente, el estar solo frente al motivo de los miedos y el tener tanto tiempo para almacenar pensamientos me permitió hacer un análisis posterior acerca de qué es el miedo.

Uno de mis maestros de literatura explicaba que el origen de los cuentos y novelas de terror era el sentimiento humano de desamparo frente a lo desconocido: Las historias de fantasmas y almas perdidas se basaban, por ejemplo, en el desconocimiento humano acerca de lo que ocurre después de la muerte. Los ovnis o extraterrestres muestran la ignorancia del hombre frente a lo que hay más allá del cielo que lo cubre... etc. Aunque en ese momento entendí y acepté lo que decía, esta vez se equivocaba: yo sabía muy bien lo que tenía allí enfrente, era un animal, muy casero y que además estaba muerto, y, sin embargo sentía miedo, claro, también repelús ante una vista tan repugnante.  

El miedo se me presentó como un Hércules que paralizó y tensionó cada uno de los músculos del cuerpo, y que, con una mano invisible me hacía presión en la ingle de la pierna izquierda, la sudoración excesiva, aumentada tal vez por el hecho de estar en el altillo a una hora calurosa,  la taquicardia y la respiración agitada, además de  constantes estremecimientos, fueron los síntomas físicos. A eso añadimos, como efectos mentales, una vulneración de la voluntad y la creación de varias alternativas de solución al problema, como ayudarme de un recogedor, poner unos periódicos sobre el cadáver para reducir la repugnancia o, la que escogí al final, tomar al animal por la cola, que estaba escondida entre sus patas y su barriga. 

El miedo es un sentimiento, que como todos, seduce nuestro ser y anula nuestra inteligencia, evade toda posibilidad de juicio y nos reduce a animales, que actuamos de acuerdo al natural instinto de supervivencia. Para vencerlo y terminar de una vez por todas con esta tonta historia me fue necesario tomar aire profundamente y tratar de racionalizar el temor. A esta hora nuestro protagonista debe estar entregándole a la madre tierra su cuerpo y yo estoy aquí, libre, por ahora, de esa terrible thanatofobia que tanto me perturba.