martes, 9 de julio de 2013

Fragmento de "El buscón" de Quevedo

En este momento estoy trabajando con mis estudiantes la novela picaresca y, a pesar de que hay varios fragmentos no había podido encontrar aquí en la red uno que me gusta mucho, en el que Pablos decide que se dedicará a ser pícaro y algunas de las primeras diabluras que hace mientras sirve a don Diego. Lo publico aquí para quien quiera trabajarlo

CAPÍTULO VI

DE LAS CRUELDADES DEL AMA Y LAS TRAVESURAS QUE HICE

“Haz como vieres” dice un refrán y dice bien, de puro considerar en él, vine a resolverme de ser bellaco con los bellacos, y más, si pudiese, que todos. No sé si salí con ello. Pero aseguro a v.m que hice todas las diligencias posibles. Lo primero, yo puse en pena a todos los cochinos que se entrasen en casa y a los pollos que del corral pasasen a mi aposento.


Sucedió que un día entraron dos puercos, del mejor garbo que vi en mi vida; yo estaba jugando con los otros criados y los oí gruñir y le dije a uno “vaya y vea quien gruñe en nuestra casa”. Fue y dijo que dos marranos. Yo, que lo oí, me enojé tanto, que salí allá diciendo que era mucha bellaquería y atrevimiento venir a gruñir a casas ajenas; y diciendo esto, le envasé a cada uno – a puerta cerrada – la espada por los pechos, y luego los acogotamos; y porque no se oyese el ruido que hacían todos a la par dábamos grandísimos gritos como que cantábamos y así expiraron en nuestras manos. Sacamos los vientres, recogimos la sangre, y a puros jergones, los chamuscamos en el corral; de suerte que cuando vinieron los amos ya estaba hecho, aunque mal si no eran los vientres, que no estaban acabadas de hacer las morcillas, y no por falta de prisa, que en verdad que por no detenernos las habíamos dejado la mitad de lo que ellas se tenían dentro. Supo, pues, don Diego y el mayordomo el caso y se enojaron conmigo de manera que obligaron a los huéspedes – que de risa no se podían valer – a volver por mí. Me preguntaba don Diego qué había de decir si me acusaban y me prendía la justicia. A lo cual respondí que yo me llamaría a hambre, que es el sagrado de los estudiantes, y, si no me valiese, diría: “como se entraron sin llamar a la puerta, como en su casa, entendí que eran nuestros”. Riéronse todos de las disculpas. Dijo don Diego: “a fe, Pablos, que os hacéis a las armas”. Era de notar ver a mi amo tan quieto y religioso, y a mí tan travieso, que el uno exageraba al otro, o la virtud o el vicio.