martes, 29 de octubre de 2013

Resuena el tambor


Pocas novelas de esas de "largo aliento" (tal vez sólo El nombre de la rosa) me habían dejado tan satisfecho como El tambor de hojalata lo encontré abandonado en la biblioteca del colegio, sus 655 páginas que asustaban a mis estudiantes  me llevaron a esos tiempos de las enciclopedias Planeta en la vieja casa de verde recordación, donde los verdes libros abrían las ventanas al mundo desconocido, dondela fotografía de un hombre de cabeza cuadrada con un bigote desproporcionado que parecía tímido ante la cámara y debajo la portada del libro que le hizo famoso complementando la información biográfica.Tengo que confesar ahora que sólo las ilustraciones de las verdes enciclopedias me atraían y entonces sólo el nombre del autor y el título me quedó en la cabeza, así que, ya que lo tenía al frente, era hora de corresponder a la invitación que se me había hecho hacía 20 o 22 años, había intentado leer algo sobre Marcel Proust, pero lo dejé, me pareció bastante académico. Quería literatura.

Al principio me pareció un reto interesante el no cansarme en de una historia tan extensa, y, aunque muchas veces la impaciencia era enorme y le ganaba a la concentración, de manera que muchas veces tuve que releer para no perder el hilo del texto, la historia era tan apasionante que valía la pena cada descripción, cada acción, cada repetición de la misma historia, así que el miedo a que me aburriera pasó pronto.

Quiero detenerme un poco en lo que llamo la simbología que se maneja en el texto, hay un par de episodios que me encantaron, el primero es el de Oscar tocando el tambor bajo las tarimas nazis, y la gente bailando los ritmos alegres que transmitía el niño por encima de las proclamas racistas. El otro es la queja contra el mundo que ha vivido todas las crueldades y barbaridades y no llora ni se conmueve y por eso tienen que recurrir al truco del bodegón de las cebollas, claro, hay muchos otros episodios, pero estos dos son los que más llamaron mi atención y con los que espero ilustrar mi punto de vista. El tema sobre el que quiero llamar la atención aquí es el uso de la fantasía para hacer la crítica, lo había visto en García Márquez y en Saramago, pero aquí el uso es excelente. 

Oscar, el protagonista es un ser extraordinariamente amoral, que trata con desdén a todas las figuras de autoridad de su época y que se adapta a todas las situaciones sin querer cambiar ninguna, no hay en él un deseo de ser héroe ni tampoco en villano (para mí es más villano que héroe) que ha decidido dejar de crecer desde los tres años para no ocuparse del negocio del que llama "supuesto" padre Matzerath. se ocupa todo el día a tocar el tambor y a hacerse el que no sabe nada, para después hacer simplemente su voluntad, deambular, cumplir propósitos a los que se considera predestinado, como cuando Jesús le pide que sea su sucesor, se enamora de dos o tres mujeres y con ninguna las cosas terminan bien, tiene una relación lejana con el que pretende ser su hijo, Kurt, (es curioso que aquí ninguna de las relaciones paternas terminen siendo buenas, pero sobre eso que hable un psicólogo) es oportunista y siempre está buscando el momento preciso para actuar (un poco como Grenouille) y sacar provecho de las situaciones.  

  Otra de las facultades que tiene este texto es su carácter de hacer prospección, por ejemplo cuando habla de Klepp y su manía de comer cerveza y morcillas, el autor muestra un dominio perfecto de una de las técnicas que a mí personalmente, me parece más difícil de dominar, también maneja en algunos puntos un cambio de narrador que refrescan bastante el texto, así como también intercala géneros como el teatro, en la escena en la que se encuentra con el sargento Lankes.

El tambor de hojalata es, en fin, una de las mejores obras que he leído, podría enumerar una serie más de escenas y sitios que me parecen interesantes, pero voy a dejar hasta ahí, no sea cosa que me alargue y me ponga cansón para ustedes.