sábado, 25 de diciembre de 2010

A UN TAL SIMEÓN TORRENTE NUNCA LE TOCA

Recuerdo el libraco: desvencijado, trajinado, una de esas ediciones  pirata en las que los colombianos hemos aprendido a disfrutar de la buena literatura, porque la clase media – baja no tuvo derecho a ediciones de lujo, la carátula era naranja, tenía una caricatura de un campesino al lado de un ricachón y el título en negro: “Al pueblo nunca le toca”. Yo estaba saliendo de la adolescencia, pero en mi condición de historiador Amateur disfruté mucho de su lectura. Luego, cuando me hice profesor de literatura y tuve que abordar en grado octavo la temática de “historia de la literatura colombiana”, esa historia que se nos fue en copiar a Quevedo, a Góngora, a Byron y a Rubén Darío, me encontré con que Álvaro Salom Becerra no aparecía ni siquiera entre los segundones como diría Faciolince, luego leí “Don Simeón Torrente ha dejado de… deber” y “El delfín,”  ninguno me pareció de inferior calidad al primero y siempre he quedado con la duda: ¿por qué no? ¿qué pecado cometió Salom Becerra? ¿Es tan inferior su prosa?

Detesto  la discriminación de clases, más si esta se da en la literatura (donde todos somos iguales). No entiendo, y espero que nunca pueda entender, que haya autores a los que se les moteja peyorativamente de populares término que no entiendo: ¿Hay una especie de escritores de segunda? El de Salom Becerra me recuerda al caso de Julio Flórez, el poeta que llamaban popular pero del que nadie, sólo los que hemos leído algo de él, se acuerda.  Ahora bien, el término es bastante difuso: García Márquez es leído por miles de personas en el mundo, ¿eso no es un escritor popular? ¿en qué sentido es popular un escritor? Que me lo expliquen porque no he podido entenderlo.

Aunque comenzó tarde su vida literaria no era ningún desconocedor del país. (como sí muchos que ahora se hacen llamar con ese título tan impreciso de intelectuales) "Por tradición  oral o percepción directa o a través de la lectura de libros y periódicos, he seguido de cerca el proceso político del país en los últimos 60 años" escribió y ello está ampliamente comprobado en cada uno de sus textos, con ese conocimiento tan profundo a personajes que la vida nacional olvidó como el célebre Arístides Fernández, o los guerreros de la guerra de los mil días: Uribe Uribe, Benjamín Herrera y Sergio Camargo,. Si “Cien años de soledad” es un viaje mágico por la historia nacional en el siglo XX, “Al pueblo Nunca le toca” y “Simeón Torrente” son viajes realistas, crueles y graciosos (aunque parezca contradictorio)   por el mismo camino.

Salom (o Becerra No sé cual de los dos es el apellido) describe con exactitud a la Bogotá de su época y  la compara con Napoleón “un cuerpo pequeño con un alma inmensa”; leer cualquiera de sus libros es hacer un viaje en el tiempo a la Bogotá de la belle epoque como llama al tiempo del centenario: lugares como el célebre café Automático o la gruta simbólica, los cigarrillos legitimidad,  los juegos de niños como la lleva  y, que pase el rey que ha de pasar, además de la reseña de personajes como Pepe Sierra y hasta los locos “Escalera” “Pomponio” “El bobo palitos” y “la loca Margarita.”  En el prefacio de “Simeón Torrente” el autor se lamenta y justifica: “(Bogotá) ha sido desdeñosamente mirada por los novelistas del pasado y del presente como escenario de sus narraciones (…) rescatar del olvido a Bogotá y al bogotano (…) es uno de los objetivos del autor” y lo logra “en demasía” para utilizar sus términos.

Pero no sólo rescata al bogotano sino que revive, afortunadamente, esos arcaísmos que parecen perdidos: llamarle al sol “astro rey”, regañar a alguien es “decirle hasta botija verde”, las señoras pudientes (o las que aparentaban serlo) son “jailosas” o de la “jai” y sus contrapartes son de la “guacherna”, las partes de una casa como el zaguán, el vestíbulo, la alacena, la cómoda, el seibó y el excusado, un solar con aljibe, brevo y santuario expresiones de incredulidad como no me haga reír que tengo un labio partido o sucesos políticos como  tumbar a sombrerazos a un presidente muestran, no sólo  riqueza de vocabulario sino un aprecio por el léxico popular que poco se ve en otros textos, seguramente por respeto a la academia.
Pero es el humor crítico lo más atractivo de la obra de Salom Becerra, por lo menos para mí, esa capacidad  para lo fino, ese gracejo inteligente del cachaco que adquiere en su obra una connotación de genialidad donde se satiriza y se ironiza brillantemente  las acciones y los discursos de cada sector de la realidad nacional, sobre todo de los gobernantes:


El país y su capital crecían a una velocidad… uniformemente retardada, no obstante los esfuerzos que, para impedirlo, realizaban gobernantes y gobernados

O de la educación que recibió Simeón Torrente en el colegio “San Pascual Bailón”

las señoritas Urruchurto ignoraban , naturalmente, la existencia del señor Pestalozzi y suponían que María Montessori era una cantante italiana. Su ciencia pedagógica estaba resumida en cinco palabras: la letra con sangre entra, el lema del colegio, colocado en la parte inferior del escudo, era: sólo sé que nada sé, frase que podían repetir los alumnos, sin temor de exagerar,  una vez terminados sus estudios.

O Sobre la administración de Abadía Méndez (1926 – 1930)

El cajón del escritorio presidencial era la fosa común de los problemas públicos, que, según el mandatario se resolvían solos (…) el único acto positivo de su gobierno fue el último, o sea, la entrega pacífica del poder a su sucesor.”
Salom Becerra advierte al comienzo de "Simeón Torrente":

 Si usted es una persona grave y trascendental, incapaz de soportar una burla a sus ídolos, a las estatuas móviles o inmóviles del país o del exterior, suspenda aquí la lectura, devuelva este libraco a la librería de origen y exija la devolución de su dinero”

No son críticas aburridas, ni resentimientos desbordados, no son rencores eternos lo que se ve en la obra de Salom Becerra, es más bien la reflexión sesuda, no exenta del gracejo, de la realidad de su época, la denuncia, a veces con nombre propio, de esa pseudo-  historia que nos quisieron mostrar en la escuela de esos prohombres inútiles a la nación: la caricaturesca radiografía de la historia En “Simeón Torrente” Salom defiende su comicidad “El mundo está lleno de violencia (..) A la gente se le ha olvidado reír y esta novela es un esfuerzo orientado a que, por lo menos, sonría".

Pese a todo ese derroche de brillantez nada, ni un reconocimiento póstumo; ni su nombre para una escuela ni para una biblioteca, absolutamente nada. Salom Becerra permanece ahí, en el olvido, esperando tal vez a que alguno lo reviva, aunque él siempre se mostró indiferente ante las condecoraciones, yo creo, personalmente que la crítica debe revaluar ese concepto elitista, clasista de escritores populares y dar los laureles a quienes se lo merecen..