Quisiera empezar este discurso eludiendo todos los aspectos formales del
saludo para otorgarles la mejor de las dignidades que puede tener un ser
humano: queridos amigos y amigas: Me alegra muchísimo que hayan acogido mi
invitación y quiero agradecer su compañía, en este, uno de los momentos más
importantes de mi vida profesional.
El motivo que nos reúne en esta
tarde es el lanzamiento de una obra literaria, la culminación de un ejercicio
del corazón, el alumbramiento de un sueño. Muchos de ustedes han elogiado este
intento literario y han aplaudido lo que llaman mi ‘talento’ para escribir, por
mi parte me he sentido inmerecidamente admirado porque tengo la convicción de que
todos somos escritores y lo que aquí celebramos no es más que la constatación
de la universalidad del poder de la palabra reflejada en esta sencilla novela
corta.
La primera prueba de esta
universalidad está en la sabiduría popular según la cual “de poeta, músico y
loco todos tenemos un poco” Esa creencia acendrada de que tenemos un talento
innato para expresar nuestros sentimientos se remonta, quizás, a esos primeros
intentos artísticos, donde no había necesidad de maestros ni de críticos, donde
los espacios de la caverna se llenaban con la palabra, esa palabra
democráticamente repartida como el pan. Esa oralidad reflejaba los miedos, los
sueños y las esperanzas de estos hombres primigenios y les proporcionaban el
solaz que las enfermedades, las guerras, los amores contrariados y la vida
salvaje les negaban.
Los griegos creían que las musas
transmitían el don del arte a ciertos afortunado, que incluso en algunos casos
sólo eran repetidores de la palabra divina; en la edad media, el saber era un
don exclusivo de los clérigos y habitaba únicamente en las abadías y
monasterios, sólo las enseñanzas de la fe y la moral eran aceptadas como
elementos literarios y cualquier otro intento era considerado vulgar. Como
vemos, La idea de la exclusividad del arte es muy antigua y por ello se nos ha
creado el imaginario de que sólo algunos pocos tienen el don de la palabra y el
resto de los mortales únicamente podemos apreciarlo a través de sus obras.
Pero no fue sólo en la antigüedad. Nuestro mundo, su modelo económico y
social nos impone la idea de una élite, cada vez más restringida que toma las
decisiones por nosotros y escoge qué debemos hacer y cómo pensar, que nos señala
unas modas, unas costumbres y unos conceptos. La literatura, infortunadamente,
no escapa a esa realidad: Pululan los gurúes, maestros, críticos y estratificadores que se encargan
de mostrarla como algo inaccesible, demasiado abstracto, difícil de comprender
y usan peyorativos para autores que se acerquen a la gente. Aún en este siglo hay quienes se creen
absolutos poseedores de la verdad y eso, en literatura, es todavía más insólito.
¿Es entonces la literatura un privilegio de pocos? ¿Es el arte, en general,
patrimonio de una élite, llamémosla, cultural? Me es difícil entender esto
porque recuerdo a los juglares del Medioevo, que vivían de cantar las desdichas
y las glorias del cid campeador, ahí están los relatos orales de los bosques
daneses y alemanes que fueron la génesis de los cuentos con los que se duermen
nuestros hijos, incluso en la música, hermana de la literatura, fueron nuestros
hombres de pueblo como Rafael Escalona y Alejo Durán los que crearon ese
imaginario majestuoso y fantástico que inmortalizaría García Márquez en ‘Cien
años de soledad’
Pero no fueron sólo estas evidencias históricas las que me convencieron de
que la literatura no es un bien exclusivo ni una disciplina excluyente: la
práctica de la docencia, el día a día con los jóvenes me ha demostrado que
todos tienen una capacidad increíble para crear y recrear historias, en las
clases veo con alegría cómo algo que llamaré el ‘gen literario’ comienza a
funcionar y la ficción literaria se toma el salón de clases, Goethe, el
romántico, decía que la juventud quiere ser más estimulada que instruida y es
verdad: basta una idea, una pequeña luz para que los estudiantes se lancen al
arte y creen obras que, bien editadas, podrían resultar geniales.
La diferencia entre los que algunos
de ustedes podrían llamar escritores y los que no lo son puede estar
sencillamente en el lugar de prioridad que tenga la escritura en nuestras
vidas, para algunos de nosotros la creación artística ocupa un primerísimo
lugar e invertimos el tiempo y el empeño en crear y mejorar nuestras historias,
y creo que eso es lo que han venido ustedes a ver: el logro de la constancia,
más que la exposición de un talento, ese gran escritor que fue Richard Bach, el
creador de Juan Salvador Gaviota decía "Un escritor
profesional es un aficionado que no se rinde." Y
Richard North Patterson, narrador juvenil norteamericano afirma que "La
escritura no es producto de la magia, sino de la perseverancia."
Todos somos escritores, aunque no publiquemos, aunque nadie conozca nunca
nuestros escritos, no estamos en manos del destino inexorable de los dioses que
nos aleje de la posibilidad de escribir, de crear, ha pasado el día en que la
inspiración de los hombres dependía de la apetencia intelectual de las musas,
esta sociedad necesita más luces, necesitan hombres que muestren las estrellas
a los demás para que retomen los sueños que perdieron hace tanto tiempo
ahogados por la necesidad del pan diario, en una sociedad que parece
derrumbarse minuto a minuto sólo nos resta
acogernos a la idea de Samuel Beckett quien decía: "Las palabras son todo lo que tenemos."
*Discurso de agradecimiento en el lanzamiento de mi novela corta: "los héroes son más útiles vivos"