Llevo cerca de
tres años en que, por rebeldía con el tema de movilidad entre otras cosas,
decidí desplazarme en bicicleta por la ciudad, ya sea al Barzal, al centro, por
la avenida Catama, la vía a Acacías entre otras y he disfrutado de las muchas
ventajas que trae el ejercicio contínuo. Tengo la convicción de que
Villavicencio es una ciudad perfecta para la bicicleta: no se tienen aquí las
exigencias topográficas de otros lugares, la mayoría de distancias son
abarcables y la malla vial es aceptable para la mayoría de recorridos.
Casi siempre que
conozco a alguien o me reencuentro con un amigo, compañero o conocido y en
medio de la conversación surge el tema del uso de la bicicleta aparece la frase:
“me gusta la bici, pero” acompañada de una serie de justificaciones muy
respetables que he ido coleccionando, pero que considero no son graves
impedimentos para poder disfrutar de la ciudad mientras se enrolla la cadena.
Me gusta la bici, pero ¿no es muy peligroso?
Creo que existe
la falsa percepción de que andar en bicicleta es muy peligroso, creo que deriva
de la suposición de que el ciclista es vulnerable ante los otros vehículos;
personalmente me parece que andar en bicicleta no es tan arriesgado como andar en
moto y lo corrobora la cifra de que en 2014 la mitad de los muertos por
accidentes de tránsito en esta ciudad fueron motociclistas; al margen de esa
comparación creo que si el ciclista porta los elementos de protección (casco,
reflectivo, luces reglamentarias) conduce con prudencia (sacando las manos para
cada giro, tratando de conservar la derecha, respetando los semáforos) y le
hace mantenimiento constante a su máquina no tendría por qué tener ningún
problema.
Por supuesto que
la ciudad necesita, y urgente, una infraestructura para la bicicleta porque hasta
ahora se reduce a ciclorrutas desconectadas y mal planeadas como esa del anillo
vial, pero si vamos a esperar a que la alcaldía lo haga para andar en bicicleta
nunca vamos a poder rodar, y menos exigirle a los gobernantes estas obras porque
van a decir que no se necesitan, por eso valoro tanto lo que hacen grupos como
los bicinavegantes: visibilizan la necesidad de darle un lugar en la ciudad a
los ciclistas. Aprovecho para aplaudir su labor en este espacio.
Me gusta la bici, pero ¿no le da miedo que
lo roben?
En septiembre de
2015 me atracaron, esa vez se juntaron dos cosas: andaba en una bicicleta
costosa y me metí en una ‘olla’ (creo que se llama barrio Gaitán, al lado del
INEM) el ciclista, como cualquier otro conductor, no puede dar papaya; debe
evitar los sitios peligrosos a los que a veces ni la ley accede; también creo
que por la ciudad se puede andar en una bicicleta “de combate” como la mía y
preservar la rutera, la costosa, para los domingos de paseo.
Me gusta la bici, pero ¿cómo se aguanta uno
este calor/frío?
Claro que en
moto o carro se va uno más fresco y frente a esto la bicicleta no puede
competir, pero si le molesta tanto evite salir a montar en horas de sol (por
ejemplo antes de las 9 de la mañana o después de las 4) si es imposible hacerlo
a esa hora, lleve hidratación, gorra,
mangas, toallita y ropa cómoda, piense también que usted no suda mucho más en
un recorrido en bici por media hora, que subido en un colectivo atestado de
gente en medio del trancón al mediodía y que llegará a su destino en una hora; si
lo que le molesta es el sudor, lleve un splash o en casos extremos una camisa
de cambio. Para la lluvia pues use el impermeable (en el mercado hay unas
chaquetas excelentes) e instálele a su bicicleta guardabarros, de esa manera se
reducirá la molestia del aguacero.
Usar la
bicicleta conscientemente, más que una muestra de rebeldía, es un gesto de
generosidad con el cuerpo, la ciudad y el planeta, por eso lo invito a que se
quite el miedo y no se deje contagiar de las excusas para seguir usando, a
veces irresponsablemente, el carro o la moto (he llegado a ver gente que saca
el carro para recorrer 600 metros) si su trabajo queda a menos de cuatro
kilómetros váyase en bicicleta, a veces la felicidad no es tan difícil de
conseguir.